A
propósito de la consideración de los conceptos diversidad, equidad y justicia
social en educación, integrados en
el derecho de la población a
recibirla en iguales condiciones de oportunidad, consagrado en diferentes instrumentos legales, surge la necesidad de
visualizar la vía de operacionalizarlos en la práctica pedagógica.
¿Cómo enseñar y aprender en la diversidad?* |
¿Por
qué digo que existe esa necesidad en pleno siglo XXI, con tantos adelantos
científicos y tecnológicos y el desarrollo de las teorías que apoyan el
aprendizaje? Porque a pesar de esto, o seguimos dando igual trato a todos los
aprendices como si fueran completamente iguales o diferenciamos tanto que al
final nos perdemos en una nueva desigualdad; o no sabemos cómo ambientar un
espacio diverso o lo circunscribimos a determinados colectivos. Con distintos
matices claro está.
Por
otro lado, cada vez más nos encontramos en las aulas, no solo diversos intereses,
motivaciones, grados de conocimientos, estilos y modos de aprender, sino
también diferentes culturas como producto de la inmigración, con todo lo que
ello implica. Y a todo este contexto con características diversas debemos darle
respuesta como docentes. “Si hay algo semejante en todas las aulas, es
precisamente que en todas reinan las diferencias”[i]
Añade
Lerner: a cualquiera de nosotros le
puede tocar ser “otro” en ciertas circunstancias sociales. Ser “otro” implica
ser diferente en algún sentido (o, simplemente, hacer algo diferente). Y toda
diferencia puede ser considerada como déficit, depende de quién tenga el poder
y de cómo lo use (consciente o inconscientemente). En la relación docente-alumno,
esta cuestión es crucial.
Cierto
es la existencia de diferencias interindividuales e intraindividuales. Las
primeras se dan entre personas y las segundas, entre la misma persona en
diferentes momentos de su vida. Por ello, en mi opinión, la igualdad de
oportunidades debe verse reflejada en el contexto no en la persona, para
brindar la posibilidad del encaje de todos en la situación de aprendizaje.
Tal
como he expresado en otras entradas, una situación integrada por estrategias
con variedad de actividades y recursos para que cada persona se motive a la
participación activa, conecte con el objeto de estudio, actúe conforme a sus
intereses, necesidades, estilo y ritmo de aprendizaje y, fundamentalmente,
logre aprender lo que queremos aprenda.
Todo
ello requiere de la flexibilidad suficiente para que los programas educativos
puedan aplicarse sin perder su esencia y finalidad. Desde el nivel macro que
otorga el diseño curricular y su concreción en el diseño instruccional hasta
llegar al nivel de la clase. ¿Cómo flexibilizar éste?
En
principio debemos tener claro cuál es el aprendizaje que se requiere y la
preparación que debe darse al estudiante para lograrlo, con
atención a la diversidad, las ayudas de diferente naturaleza y contenidos
organizados que promuevan ese aprendizaje.
Entonces,
el objetivo se formula con lo que se aspira conozca y haga el estudiante para
satisfacer la necesidad del programa formativo y aquellas competencias que le
posibiliten afrontar con mayor propiedad las diversas situaciones en su ámbito
de acción, e incide en los contenidos. A partir de allí, se piensa en los
métodos y actividades de enseñanza, aprendizaje y evaluación y solo después se
seleccionan los recursos, en consonancia al cómo se producen los aprendizajes y
los obstáculos que pudieran existir.
Esta
planificación se abre a la
posibilidad de personalizar el aprendizaje disponiendo de variadas alternativas
que puedan cubrir un mayor espectro de individualidades integrando al colectivo. Expresado de otra manera,
un contenido puede aprenderse mediante múltiples formas; comprensión que puede
valorarse a través de estrategias diferenciadas y particularizadas. No hay que
seguir un patrón lineal y si superar esos obstáculos.
Si
nos centramos en lo que realmente queremos aprenda la persona, el qué; podremos
usar diferentes modos de lograr ese aprendizaje y valorarlo, el cómo y con qué.
Es una adaptación del programa a las características individuales en un
escenario colectivo, de trabajo grupal; presentar los contenidos al estudiante en
el formato que los haga comprensibles y fomente la autonomía.
Por
ejemplo, estudiamos las plantas y queremos que los niños de primaria aprendan
sobre su ciclo vital. Lo usual es que siembren una semilla y vayan observando
su crecimiento; también pueden trabajar sobre un dibujo, modelar cada fase con
algún material desechable o plastilina, ver una lámina o un vídeo, visitar un
jardín, plantación o similar, debatir y escribir sobre la vivencia. Son algunas
opciones.
Lo
importante es brindarles tantas experiencias como sea posible, sin abusar, para
abarcar distintos estilos, motivaciones y posibilidades de aprendizaje, sin que
ninguna actividad sea obligatoria para todos y más bien limite en algunos casos.
Con ello, si los estudiantes manifiestan lo que han aprendido sobre el ciclo
vital de las plantas se habrá logrado el objetivo.
Hay que ser creativos y experimentar, buscar opciones, aprender de los colegas y de las buenas prácticas. Sobre todo, observar a nuestros estudiantes con la finalidad de conocer qué necesitan, cómo brindarles lo relevante y por supuesto, reflexionar acerca de nuestras propias prácticas y los resultados.
[i]
Delia Lerner (2007). Enseñar en la diversidad. Conferencia dictada en las Primeras
Jornadas de Educación Intercultural de la Provincia de Buenos Aires, Argentina
*Foto
de Ben White en Unsplash
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