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El poder del pensamiento positivo en el aula: Clave para la autogestión del aprendizaje

 

¿Cuántas veces hemos visto a los estudiantes desanimarse ante un desafío de aprendizaje? ¿Cuántas veces los hemos visto decaer o frustrarse ante el fracaso? o ¿Cuántas veces no han sabido gestionar sus propios recursos cognitivos?

Ante esto, ¿Qué podemos hacer? En esta publicación escribo sobre el pensamiento positivo, más que un estado de ánimo, una herramienta proactiva que empodera, fundamental en la autogestión del aprendizaje.

Lee Autogestión del Aprendizaje. Definición y características básicas


En ese contexto, el pensamiento positivo es una habilidad cognitiva y emocional. Podemos desarrollarla y practicarla en el aula, transformando la manera en que percibimos y enfrentamos los desafíos del proceso enseñanza aprendizaje.

Nos permite crear un ambiente seguro y estimulante, donde la experimentación, el esfuerzo y la persistencia sean celebrados y, cada estudiante se sienta capaz de tomar la dirección de su aprendizaje; abordando la realidad o las diversas situaciones, desde una visión que maximice el potencial de éxito y bienestar.


Cómo influye el pensamiento positivo en la autogestión del aprendizaje

Imaginemos la autogestión del aprendizaje como un ecosistema, el pensamiento positivo como el sol que nutre cada rincón y el entorno, raíces simbólicas, que sustenta todo lo demás.*

 

En esencia, se trata de promover una mentalidad de crecimiento, para creer en nuestras capacidades de alcanzar metas, a ser optimistas para explorar y persistir, donde los errores y las dificultades no los veamos como fracasos, sino como oportunidades valiosas de aprendizaje, mejoramiento y desarrollo de nuevas estrategias.

¿Qué haces para promover, en ti mismo y en tus estudiantes, esa mentalidad de crecimiento? Reflexiona un momento y comparte.

Entonces, desde la perspectiva de la autogestión del aprendizaje -y el aprender a aprender-, el pensamiento positivo es ese motor que impulsa y optimiza el proceso de aprendizaje. Para entender cómo encaja, podemos verlo a través de las siguientes órbitas o ámbitos interconectados, mostrados en la imagen.

 

Entorno de aprendizaje constructivo y de apoyo (las raíces). Tanto a nivel individual como colectivo, el pensamiento positivo aporta al aula seguridad emocional, apoyo, apertura al diálogo y colaboración entre los participantes.

Los estudiantes tienen la confianza para preguntar, experimentar, asumir retos, cometer errores sin miedo, crecer y, en definitiva, motivados a participar activamente en clase, resilientes y autónomos.

 

Motivación y persistencia (la energía interna). El pensamiento positivo nutre a la motivación intrínseca e impulsa a ver los desafíos como oportunidades y logros, creando un ciclo virtuoso.

Cuando un estudiante está en un entorno de mentalidad positiva puede creer en su capacidad para iniciar la tarea, superar desafíos y de perseverar ante los obstáculos. Esta visión optimista lo conduce a la mejora, porque reduce el miedo al fracaso y lo reemplaza con la expectativa de éxito, incluso después de varios intentos.

 

Resiliencia ante los errores y fracasos (el escudo emocional). Al afrontar las caídas y tropiezos con una mentalidad positiva, las personas desarrollan resiliencia. El fracaso no es un problema, sino parte del camino.

Un entorno acogedor, de apoyo y una actitud positiva de autoeficacia creciente transforman tropiezos en impulsos, lo que permite levantarse con más fuerza cada vez. Es el núcleo de la resiliencia en el aprendizaje; implica analizar qué salió mal, a ajustar el enfoque y a intentarlo de nuevo.

 

Optimización cognitiva (el enfoque). Una claridad mental se potencia en espacios bien diseñados, de confianza, con herramientas adecuadas y autonomía para elegir cómo aprender.

El pensamiento positivo ayuda a facilitar la atención, la memoria, la creatividad, el procesamiento de la información y la resolución de problemas, así como a lograr bienestar emocional. Un cerebro menos estresado es un cerebro que mejora la función cognitiva, se hace más abierta y receptiva a nueva información y, por ende, se aprende de forma más eficiente y creativa.

 

Fomento de la autonomía y la autoeficacia (el empoderamiento). Creer en las propias capacidades y en la toma de decisiones es clave, es el acto más claro de autogestión.

Cuando un estudiante labra pensamientos positivos sobre sus habilidades para alcanzar el éxito en situaciones específicas, es más probable que asuma la responsabilidad de su propio aprendizaje (autogestión), que establezca metas realistas y estrategias para alcanzarlas y, desarrolle la autoeficacia.

 

Los cinco ámbitos mencionados se entrelazan en una red dinámica y autorreforzante del aprendizaje, hasta alcanzar una experiencia transformadora.

Si contamos con oportunidades para tomar decisiones, explorar intereses y autogestionar el aprendizaje, nos sentimos participantes activos y competentes. La motivación crece, la resiliencia se activa, la autoconfianza se refuerza, el crecimiento se hace sostenible y el círculo de aprendizaje se fortalece.

 

En definitiva, el aprendizaje es, por naturaleza, un proceso de crecimiento continuo y en éste, el pensamiento positivo es una necesidad estratégica que nos permite mantener el rumbo, aun en la incertidumbre, porque nos empodera para ser aprendices proactivos, resilientes y motivados, capaces de pilotar los diversos desafíos y de tomar control efectivo del camino formativo.


*Imagen y expresión creada en Copilot, para esta publicación

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