Pensar en educación es pensar en su objetivo, el para qué educar y en la persona que queremos formar. Cómo ser mejores y propiciar el bien común.
¿Qué somos y qué queremos? ¿Qué sociedad tenemos y a cuál aspiramos?
Preguntas que interpelan nuestro papel en el estado
de bienestar y la búsqueda de la felicidad, por lo que deben guiar la formación
basada en valores. Pensar en la integralidad del ser humano y su desarrollo
como individuo e integrante de una comunidad social determinada que comparte
una cultura.
Recordemos que, como partícipes de una sociedad
somos esencia de ésta y corresponsables de su existencia; interactuamos y
forjamos una construcción personal y social.
Relación dialéctica personas-sociedad* |
Entonces, debemos pensar en una formación que
brinde, a la ciudadanía, oportunidades de acceso a su cultura y la encamine
hacia nuevos horizontes; lo cual implica desarrollo de competencias para la convivencia,
el trabajo y, dar respuestas a los grandes retos de la sociedad actual.
Supone dotarla de las herramientas y prácticas
necesarias que les permita anticipar, generar y afrontar esos retos. Todo ello
en el encaje de una sociedad democrática con derechos y deberes inalienables, que
amparan y rigen la participación, demandas y diversos comportamientos, con
criterios de equidad, justicia social y la visión del bien común por encima del
individual.
En otras palabras, en una convivencia libre,
solidaria y accesible donde todos tengamos igualdad de oportunidades, con las
condiciones, disposiciones y recursos necesarios para lo que necesite cada uno
y se pueda elegir lo que considere más justo y adecuado para sí mismo.
Condiciones que habiliten un pensamiento proactivo
transformador de sí mismo y del contexto cultural, en una relación dialéctica
donde cada uno se nutre del otro y del resultado construido, en la búsqueda de esa
sociedad más igualitaria, equitativa, justa y responsable.
La formación y el aprendizaje deben pensarse con
base a esta visión de la persona y del mundo. Son procesos que no solo facilitan
el dominio de un contenido, sino que buscan la obtención de aspectos
trascendentales en nuestra personalidad, para dar un salto cualitativo
desarrollador y, trascender.
Por lo tanto, la escuela no puede seguir como
desconectada de su entorno como si fueran dos mundos diferentes. Educar para la
democracia implica conectarla con sus valores, transversalmente, a partir de
los principios y fines de la sociedad, en la gestión de los centros educativos,
del currículo y el hacer en el aula.
Se requiere, por tanto, de un modelo educativo que prevea
la diversidad humana y como tal, la inclusión natural de todas las personas en
los procesos formativos, en, por y para ese desarrollo común, personal y
social.
Procesos formativos en diversidad** |
En tal sentido, visualizo, esencialmente, dos
líneas de acción; una dinámica formativa amplia y transversal que asuma una
perspectiva inclusiva y desarrolladora del ser humano y, la formación del
docente que debe aprender a aprender y a enseñar en las mismas circunstancias
transformadoras.
Dinámica formativa.
En líneas generales, la interacción entre la
persona que conoce y la situación conocida, en determinadas coordenadas tiempo
espacio, explica cómo se produce el conocimiento. Dado que, solo podemos
conocer nuestra realidad y transformarla a partir de la interacción con ésta.
Ello implica, administrar estrategias didácticas que
vayan en esa dirección para el desarrollo de competencias genéricas y
especificas en el conocer, el hacer y el ser, que delineen una conducta
constructiva y contextualizada en tiempo y espacio.
Una dinámica constructiva que, partiendo de los conocimientos
previos y la propia actividad de los estudiantes enlace las diversas realidades
y motivaciones y, las relacione transversalmente con la ciencia desde una
perspectiva globalizadora.
Son
tres saberes (conocer, hacer y ser) que conforman un desarrollo integral para
hacernos competentes en nuestros ámbitos de desempeño y, por consiguiente,
saber convivir. Porque no se trata de solo aprender contenidos y construir conocimientos,
sino también para saber aplicarlos y aprender a aprender, con el fin de atender
las necesidades propias y de nuestro contexto. Debe ser el propósito de la
enseñanza.
Conlleva una serie de procesos básicos, aprendidos
en la escuela y aplicados a lo largo y ancho de nuestra vida:
- ü Motivación del aprendiz para avanzar en su aprendizaje,
desde el primer contacto para interactuar con el contenido, hasta transformarlo
en su estructura cognitiva.
- ü Sistematizar el contenido dado para su
reconstrucción y argumentar a fin de dar validez al conocimiento construido.
- ü Aplicarlo a través de la práctica continua en otros
escenarios de su ámbito personal, profesional y social.
Formación del docente.
Es requisito indispensable que la formación del
docente también se realice con la misma perspectiva planteada y se ajuste al
marco general expuesto. Son las universidades las que deben liderar esta posición.
Desarrolle, además, una actitud abierta para seguir
construyendo conocimientos una vez egresado, aprenda a asumir su propia
formación, con la finalidad de aprender permanentemente y estar actualizado a
la par de los cambios que se van suscitando en su contexto.
Ante todo, se necesita un docente con profundo
conocimiento del desarrollo de sus estudiantes y de las estrategias de
enseñanza, para tomar las decisiones pertinentes y oportunas en el proceso,
utilizando todas las vías, métodos y medios posibles, así como mediar en su
aprender a aprender.
Implica para el futuro docente, aprender a
aprender, a enseñar y enseñar a aprender. Un aprendizaje que deberá reflejar en
el aula y compartir con los pares, para juntos afrontar el reto que supone la
complejidad e incertidumbre de la realidad. Ello enriquecerá la práctica
individual y colectiva.
Ello involucra otra forma de estudiar la teoría,
bajo una nueva mirada crítica, donde se evalúe lo que se ha hecho, su
contextualización y viabilidad; en el marco de relaciones entre las mismas
asignaturas y disciplinas representativas.
Una combinación entre lo teórico y lo práctico que
habitúe al prospectivo docente a pensar, reflexionar e interpretar los problemas
que inciden en el hecho educativo tomando en consideración sus dimensiones
espacio-tiempo e implicaciones futuras, a fin de proponer y validar acciones
factibles. Un modo de proceder que debe autorregularse.
En este orden, el programa formativo debería integrar
cuatro dimensiones, relativas a: 1- El ámbito de un saber genérico, 2- El
proceso enseñanza aprendizaje, 3- La naturaleza de los contenidos a enseñar y
4- Las prácticas profesionales en el área docente. Sin descuidar el hacer
investigativo, el desarrollo del pensamiento y la comunicación en forma
transversal.
En lo concerniente a la práctica profesional, la
idea principal es que se pueda construir una experiencia crítica y reflexiva de
su acción como futuro docente, desde y en la escuela, donde pueda contrastar
los saberes adquiridos durante la carrera y seguir reconstruyéndolos para
enriquecer su formación, así como generar prácticas alternativas de
intervención sobre los procesos educativos.
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